Por: La Redacción
Hacia el sur indicó nuestra brújula en
esta ocasión y era de esperarse que la aguja prefiriera ese punto cardinal. La
región del mapa nacional que viste con orgullo un elegante traje verde, aun
cuando tristemente está siendo poco a poco deshilachado por nosotros mismos.
Qué dirían los olmecas, quienes amaban y respetaban estas tierras más que a sus
propias vidas. Descendientes de éstos, son los zoques, grupo étnico que
habitaba gran parte de Chiapas, sin
embargo fueron invadidos por los aztecas destruyendo sus pueblos para bautizar
a uno de ellos como Tuchtlán. Debido a la colonización el nombre evolucionó a
como la llamamos hoy en día, Tuxtla.
Ciudad que por su clima húmedo,
pareciera que abraza a sus visitantes al llegar; que con su imponente cañón,
hace que nos rindamos a los pies del Sumidero; que nos demuestra la pureza de
su fe, con su reluciente fachada blanca de la catedral; que con sus recetas
zoques heredadas, el país entero degusta del tamal; que por su música, logra
que cualquier persona en el país se imagine en tierras sureñas, al escuchar los
primeros acordes de la marimba. Orgullosa capital de su estado, título
arrebatado más de una ocasión por su ciudad vecina San Cristóbal de las Casas,
protegida por sus montañas que la rodean celosamente día y noche, mantiene
vivas sus tradiciones y costumbres haciendo honor a sus antepasados zoques,
cuyo significado es “gente de palabra”, así es un Tuxtleco, de palabra,
auténtico, verdadero.
La belleza chiapaneca enamora a
cualquiera, hasta a un libanés, que al conocer a Luz Gutiérrez comenzó su idilio.
Procreando a tres niños, que compartieron inicial en su nombre Juan, Jorge y
Jaime, seguramente si le agrego a este último su apellido, se dará cuenta que
hablo del francotirador de la literatura… Jaime Sabines. Un hombre que cuando
murió, dejó un enorme vacío en la poesía mexicana, no obstante, en vida fue
testigo de la admiración de sus lectores y de cómo éstos se involucraban en sus
letras. Fue nieto de Joaquín Miguel Gutiérrez un gobernador del estado muy
querido en cuyo honor se le nombra ahora a la capital Tuxtla Gutiérrez.
Cuando joven, Sabines decidió viajar a
la Ciudad de México para estudiar Medicina, no tardó mucho para darse cuenta
que no era lo suyo, su sensibilidad lo traicionó y comenzó a escribir. Al
regresar a Chiapas sus poemas comenzaron a publicarse en El Estudiante, un
diario de la Escuela Normal y de la Preparatoria de Tuxtla, trabajó en una
fábrica de su hermano, pululando entre telas logró la inspiración para su
célebre libro Tarumba, que fue publicado 10 años después, no muy apreciado en
México, pero admirado fuera de él.
Regresó a la capital del país para
estudiar “Lengua y literatura española” en la Facultad de Filosofía y Letras de
la UNAM, compartiendo aula con Emilio Carballido. En el 49 se publica su primer
poemario que llevó por título Horal, en donde se incluyó esa sublime obra que
enamora a cualquiera “Los Amorosos”.
Pellicer le ofreció escribir el prólogo
a la edición, pero Sabines lo rechazó, pues quería que su obra se afirmara en
méritos propios y no en prestigios ajenos. Se casó con su adorada Chepita, y al
nombrar a sus hijos, siguió con la tradición de sus padres, la misma inicial,
Julio, Julieta, Judith y Jazmín. Al morir su padre le escribe “Algo sobre la
muerte del mayor Sabines” letras claras y fuertes donde nos dejó claro el
cariño y la admiración que le tenía a su padre. Laureado por los críticos,
premiado por las academias, reconocido por sus lectores. Poeta auténtico, como
un zoque, como un Tuxtleco, Sabines es de Tuxtla y Tuxtla es de Sabines.
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